miércoles, 15 de julio de 2015

SOBRE EL ANTISINDICALISMO COMO RASGO CULTURAL DE LA ÉPOCA




No dejen de leer los seguidores de este blog las lecciones que el maestro López Bulla extrae del resultado de la vicenda griega para las izquierdas españolas, El gran estratego y el pitufo gruñón , y dejemos para más adelante el análisis de la noción de Europa que está siendo diseñada, con el concurso de la derecha cristiano-demócrata y la social democracia, en torno al concepto de gobernanza económica y de supremacismo alemán. La imagen que se inserta es una buena estampa de la obscenidad de los vencedores que retrata perfectamente la violencia de la que son capaces de mostrar en la opresión de los pueblos y de las personas.  Ahora sin embargo se propone para esta entrada unas reflexiones sobre el antisindicalismo fruto de la lectura de un libro relativamente reciente sobre este punto. Aunque muchos dirán que no, este es también un tema muy relacionado con el diseño de Europa y la necesidad imperiosa de detener la violencia brutal del dinero contra las personas.

Una de las cosas más chocantes que se experimenta cuando se entra en una librería inglesa es que sólo se pueden encontrar libros que hablen sobre sindicalismo en la sección de historia. Es una materia acotada que no es reconocida por los estudios sobre el presente del derecho o de las relaciones sociales. Pasa algo semejante con el derecho del trabajo. Han desaparecido los (escasos) libros sobre derecho social europeo, y apenas se encuentran manuales sobre el derecho del empleo. Uno sólo sobre Derecho del Trabajo con ese título, de Collins, Ewing  y McColgan, data del 2005 y la segunda edición de 2010.

Sin embargo todos saben que el sindicalismo en Gran Bretaña es un fenómeno social, que con el liderazgo de Milliband los sindicatos han ganado peso en el interior del Partido Laborista y que actualmente, frente a la política de recortes, están llevando a cabo importantes acciones no sólo en la calle con manifestaciones muy corpulentas, sino a través de una serie de huelgas que han afectado fundamentalmente al sector público. El metro de Londres, algunas compañías ferroviarias del mosaico que surgió de las privatizaciones thatcherianas, museos como la National Gallery, o inminentes convocatorias en la enseñanza frente a recortes salariales y pensiones, son los últimos supuestos de este mes de julio. Esta presencia de la acción colectiva sindical encuentra una respuesta muy fuerte por los sectores conservadores del país y sus medios de comunicación. Algunos columnistas – como el exlaborista Leo McKinstry, desde las páginas de The Spectator – braman contra este atentado “contra los trabajadores” – al tratarse de huelgas que afectan al conjunto de la población – y exigen el endurecimiento de las leyes sindicales recortando al máximo “los privilegios” de los sindicatos. Durante un tiempo se sabía que la rudeza antisindical de los medios conservadores británica era proverbial – recordaba un tanto a los medios pinochetistas hablando de los sindicatos – pero para un español hoy estas actitudes nos resultan lamentablemente familiares.

Por eso el encuentro en la biblioteca central de Cambridge de un trabajo colectivo dedicado al estudio del antisindicalismo como objeto de estudio académico ha permitido constatar no sólo la relevancia del fuerte rechazo frente a esa figura, sino relacionarlo con una cierta “repulsión” hacia la forma de representación concreta – una asociación voluntaria y permanente de personas que trabajan – que ha adoptado el sindicato como expresión histórica de la necesidad de representar el interés colectivo.

La “repulsa” del sindicalismo, una categoría social que da sentido a la cohesión social y económica y agrega consensos en la comunidad política de un país determinado, tiene sin duda una base liberal. El antisindicalismo es una noción decididamente liberal que tiene más fuerza cohesiva que la desconfianza hacia el Estado y la preservación de una esfera individual de libertad de los individuos que construye la idea de libertad negativa que está en la base de las doctrinas liberales de origen anglosajón. Permanece y se refuerza conforme se debilita la influencia de un sistema de pensamiento construido sobre la solidaridad y la politización democrática de la economía, la sociedad y el trabajo.
Es muy común pensar que el antisindicalismo liberal se basa en la hostilidad hacia lo colectivo como opuesto a lo individual, aunque naturalmente lo que se combate es el carácter clasista de la noción de representación y la capacidad de ésta para presentarse dinámicamente como acción colectiva. Se considera así incompatible con las libertades de empresa y de la economía que rigen la sociedad civil, aunque posteriormente se presente más bien como un “obstáculo”, una “restricción” a las libertades económicas fundamentales que sostienen la sociedad y que por tanto debe ser “justificadas” como excepción a la regla. La única forma de integrar lo colectivo en este esquema liberal más “permisivo” es en el marco de una relación bilateral contractual, como un elemento de estabilidad del negocio que se genera a partir de las obligaciones recíprocamente asumidas.

Hay también un antisindicalismo autoritario – lo que no impide que el anterior también lo sea – que se manifiesta mediante la oposición a lo colectivo de la categoría de lo público-estatal, como la remoción necesaria de un interés de grupo que pretende ser general porque aspira a representar a la mayoría social a partir del trabajo, del hecho material de trabajar, y que por consiguiente se aparta de – y conspira contra – la capacidad del Estado de crear y poner en práctica el interés general sobre la base de una peculiar síntesis de intereses de sectores o de grupos sociales. La hostilidad antisindical desde lo público-estatal expresa la repulsión frente a lo colectivo-clasista que se fundamenta en una consideración autónoma, desde la clase social, del proyecto social global y de la concreta relación salarial como base del sistema económico y que por consiguiente se confronta con la determinación estatal del interés general a través de mecanismos de representación cerrados y prefijados por el poder público.

Estas dos determinaciones pueden converger y coincidir en un argumentario común. Es el que aúna individualismo económico y libertad de empresa como expresión genuina de este individuo-propietario y el rol integrador y resolutivo del Estado frente al particularismo egoísta y corporativo del sindicalismo de los  trabajadores. Son manifestaciones culturales de liberalismo autoritario, un concepto posiblemente clave en adelante para entender el desarrollo de la UE y que se podría verificar en algún estudio de caso.

Ambas versiones objetan el mecanismo de la representación que está en la base de la forma – sindicato. No es una representación civil de propietarios ni es una representación política de ciudadanos libres e iguales, sino un híbrido entre ambas que busca otro espacio por cubrir, el de las personas que someten su trabajo y el tiempo de vida a la explotación laboral.

Sin que muchas veces se mencione expresamente, éste es el tema que recorre el problema de la eficacia de los convenios colectivos o de su fuerza vinculante en la expresión de la constitución española, la discusión sobre los sujetos legitimados para negociar y la diferente posición de quienes son titulares del derecho de huelga, y se presenta como solución específica a través de la elaboración de la noción de la representatividad sindical.

Actualmente este rechazo del elemento representativo se detecta también en relación con el ámbito propio del trabajo objeto de representación, como si éste se hubiera inmovilizado en un espacio cada vez más despoblado, dejando fuera a un gran número de personas que no construyen su identidad ni primaria ni fundamentalmente a partir del trabajo. Esta carencia determina una incapacidad de la forma sindicato para cumplir su función integrativa de un interés colectivo que tiende a percibirse como general a partir de una representación del trabajo también global. El antisindicalismo aquí se nutre de las propias carencias del sindicato, pero se alimenta de la ganga ideológica liberal que puede explicar sus frustraciones mediante la deslegitimación de la figura social que debería representar a estos sujetos.

El antisindicalismo como cuestionamiento de la capacidad del sindicato para representar colectivamente el hecho social del trabajo implica necesariamente negarle legitimidad para ello y por tanto también negar su presencia en el espacio donde se desarrolla el trabajo. A través de esta doble negación se produce en muchas ocasiones la confusión entre planteamientos antisindicales y aquellos que buscan remplazar el mecanismo de la representación colectiva por otros modelos de adhesiones individualizadas o de relaciones interpersonales plurales. Se viene a estudiar principalmente como un conjunto de prácticas sostenidas tanto por el Estado y las agencias públicas como por las empresas y su personal directivo y que se someten a una serie de patrones o de moldes que pueden analizarse y sistematizarse en paralelo a otras aproximaciones más fundadas en el análisis de la represión y de sus formas de expresión.

Pero el antisindicalismo ante todo es una ideología, una marca cultural de la época que aborrece en la esfera privada la posibilidad de ser representado en sus intereses mediante instancias de solidaridad y de nivelación contrarias a un planteamiento de progreso extraordinariamente anclado en el esfuerzo y el emprendimiento individual, y que no permite intrusiones en el espacio público de sujetos que concurran a representar a un grupo social desde la densidad del trabajo, impidiendo un contraste más nítido y general entre ciudadanos desprovistos de más coerciones que las que pueden derivarse de su conciencia y libre expresión de sus creencias.

Hay mucho que desarrollar a partir de estos esquemas.

2 comentarios:

Antonio Firentino dijo...

Podría indicar el autor y título del libro que menciona?

Jaime Cabeza dijo...

Querido Antonio:

No ha sido un tema de moda en la doctrina inglesa, como tampoco lo ha sido por otros lares. Pero estoy profundamente convencido de que va a empezar a serlo desde ya. Las elecciones de 7 mayo han producido un efecto esencial, que es un sentimiento del gobierno Tory de que tienen un mandato para desarrollar su manifiesto político. Y estos cabrones lo van a hacer. Para empezar, legitimando desde ya el esquirolaje a través de agencias de empleo. Pero la respuesta doctrinal está servida. Ahora ha estado muy centrada en la ampliación de la protección más allá del contrato de trabajo y en la crisis europea, pero la veo bastante potente. Habrá que estar atentos al Industrial Law Journal, ya veremos.